Por
eso hay que ser cuidadosos a la hora de tener o no por válida
la imagen que los clérigos, los únicos que sabían
escribir, dan sobre la mujer. A pesar de esta dificultad, hoy
en día conocemos a grandes figuras como Leonor de Aquitania,
Juana de Arco o Christine de Pisan, así como muchos elementos
de su vida cotidiana: podemos conocer qué comían,
a qué se dedicaban, cómo cocinaban, qué vestían,
etc.
Es realmente difícil
determinar si hubo una evolución o un retroceso en la situación
de la mujer en la Edad Media. Fueron diez siglos en los que la
sociedad, la cultura y las costumbres sufrieron muchas variaciones.
Por ejemplo, España comenzó el siglo VIII con tres
religiones conviviendo: la judía, la musulmana y la cristiana,
que son, además, tres formas distintas de pensar, entender,
definir y construir a la mujer. Si avanzamos en el tiempo, nos encontramos con una Europa - incluida España- cristiana, en la que la Iglesia va tomando poco a poco parcelas de poder; entre ellas, las referidas a la moral. Este orden se ve reforzado por un sistema social muy rígido, marcado únicamente por el nacimiento, donde las diferencias de clase son claras. Estos dos elementos, junto con la proliferación de obras que tratan sobre el carácter femenino, definirán la posición de la mujer a lo largo de la Edad Media.
La Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar como modelo en una sociedad cada vez más compleja, que había que dirigir con mano de hierro si se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso. La segunda es la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias pero no es sino la impresión general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.
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